Entro al bar solo, como tantas otras veces. Rock, enano detrás de la barra, como siempre. Normalidad nocturna. Sentados en sillas y mesas hombres y mujeres penumbrosas beben y fuman. Esquivo un par de dealers con un “no gracias” demasiado amable, me acerco a la barra pero no la alcanzo: dos mujeres de gran tamaño se confunden en una hermosa riña. Esto ya no es tan normal y comienza a gustarme. ¿Problemas de pantalones? Ambas de largos cabellos castaños tironeados por su oponente, ojos sanguíneos, cuerpos olvidados en un pasado menos jodido: extraña belleza. Tomo mi cerveza y miro sin hacerme ver. De a poco, algunos comienzan a irse, la policía puede llegar en cualquier momento. Detrás de las luchadoras, dos criollos varones intentan separarlas mientras discuten entre sí. Los adivino: famosos vendedores de la zona. ¿Problemas de negocios? Yo sigo con mi cerveza, le convido un trago a alguien, el enano sigue detrás de la barra. Está preocupado y me contagia. La pelea se vuelve larga y monótona. Termino la botella, la dejo casi vacía en la barra, una de las dos mujeres la agarra y la rompe contra el suelo: ahora tiene un arma. ¡MIERDA! Por suerte, le quitan el arma de las manos y terminan separándolas. Esto es más que suficiente. Pienso en irme pero agarro para el lado del baño: error. Paso a dos pasos del conflicto, camino un par de metros y atravieso la puerta que con letra manchada dice “caballeros”. Caballeros manchados. Entro.
Bebí demasiado esta noche así que estoy un buen rato persiguiendo las gastadas bolitas de naftalina. Me doy vuelta y en eso entra una de las dos parejas. El tipo me mira y se persigue –¡Vos sos yuta! Escalofrío: una afilada navaja me acaricia en la boca del estómago. Intento explicarle con palabras que nunca escucha que no podría jamás entrar en la fuerza. Me pide la billetera, quiere ver mi identificación -¡Si sos cana, te boleteo acá mismo! –su amenaza no me intimida, le tengo fe a mi billetera. La saco y se la doy. La inspecciona: cinco pesos que pasan a su poder. Se cobra el peaje correspondiente y me abre el paso despegando la navaja… ¡Tomate el palo! –En eso estaba –respondo, y salgo del baño y del bar.
Me vuelvo a casa caminando despacio, silbando casi por inercia y pensando en el encantador infierno que en las noches de luna blanca reaparece en la zona del viejo abasto.
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se vieron por casualidad
- y quien lo dice, el reserva moral de la nación - "la" reserva - matate, tinaja de roble! - débil hepático! pasaron 3 horas así
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