Soy un personaje atrapante, cualquier anécdota de mi vida es un apasionado relato. Las vicisitudes por las que he pasado no admiten síntesis alguna. Los más infatigables cronistas de la academia se rindieron ante la desmesura de mi existencia.
¿Qué párrafos de mí dejar fuera? ¿Cómo limitar la memoria de mis experiencias sin mutilar los recovecos más barrocos de la travesía intelectual en que debe emplearse el lector? Este es el trabajo que ante el reiterado fracaso de plumas más lúcidas fue encomendado al basto pero dócil y hambriento escritor que firma al final del relato. Al encuentro con este singular interlocutor deseo asignar las líneas de este prólogo.
¿Contradicción, frustración, resignación? De ninguna manera, mi historia llegó a oídos de un escritor amateur no como última alternativa, sino como conclusión de un razonamiento categórico, tan indeleble y simple como estimulante:
“La sucesión de eventos que enlazan el relato de mi vida guardan una lógica tan incomprensible para el razonamiento del hombre corriente como del docto, tanto para el versado como para el profano. Sólo una mente dócil, desprejuiciada, virgen de experiencias puede conseguir asir la verdad subyacente detrás de la aparentemente desatinada cadena de hechos que se detallan en estas páginas.”
Esa fue la razón que llevó a buscar entre ruinosos corredores de la corporación de la baja cultura, una pluma lo suficientemente hábil (y no más que eso) para transcribir y asomar siquiera a la riqueza asimétrica del mundo que le ofrecía en épicas pero ordenadas entrevistas. Esta argumentación, aunque imposible refutar en teoría fue inaplicable. Le brindé información, le ofrecí en cada conferencia, en cada encuentro una oportunidad inalcanzable por otros medios: la posibilidad de la fama, el reconocimiento y la siempre sutil envidia de los catedráticos.
Al final, sólo fue un nuevo desengaño. No supo, ni pudo tomar lo que con insólita generosidad le dejaba en sus manos. Fue cuando en un momento de introspectiva reflexión quebró de emoción como el eterno aprendiz frente a su inalcanzable maestro. “No puedo hacerlo”, reconoció. Siempre fui alérgico a la debilidad humana, podía olerse su falta de carácter y su blandengue voluntad. Le brotaba por los poros.
Escribiría yo mismo mis memorias, algo que debía haber hecho desde el comienzo, pero quizás mi inacabable esperanza en la especie humana me había llevado a chocarme una y otra vez con sucesivas paredes. La misma esperanza o quizás curiosidad que me despertaría ahora este joven y obtuso escritor.
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se vieron por casualidad
- y quien lo dice, el reserva moral de la nación - "la" reserva - matate, tinaja de roble! - débil hepático! pasaron 3 horas así
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