jueves, marzo 08, 2007

Sin excusas

-¡Hey Mackenzie, prueba de ésta!
Atrapado, el viejo y solitario Mackenzie juró venganza, una vez más…
-¿Sabe bien? ¿Eh, Mackenzie?- bromeaban los muchachotes. El sucio callejón, intransitable. No sólo era el olor rancio o la basura esparcida por el suelo, ni las paredes descascaradas que encajonaban y silenciaban el martirio, ni siquiera el ruido sordo de las mezcladas y violentas discusiones de frustrados matrimonios de clase baja y familias miserables, de aquellas que abundan en el lado sur. Era otra cosa lo que hacía un clima angustiante, como una sensación de piel rasgada, una atmósfera envenenada que penetraba los sentidos. La suma de sensaciones fétidas y desagradables, eso era el callejón, nada bueno podía darse allí.

Muerto el viejo, abandonaron el desconcertante antro, deambulando y en silencio. Oían ruidos y gritos en sus cabezas, estaban confundidos, desorientados, con una necesidad incontrolable de correr, podían oler su propia adrenalina.
Eran cinco y cada uno sentía asco por sus compañeros, en realidad sentían asco por todo pero no podían estar solos, eso era lo único que los mantenía juntos.

Esa sensación se esfumaba a los veinte metros. No recordaban que habían estado en el callejón, violando, torturando y asesinando al viejo cura y profesor de catecismo, el ya jubilado Mackenzie. Nada personal con aquél, no había ni recuerdos malos ni buenos. Simplemente no significaba nada para ellos, nunca existió.

Al principio de los episodios, como ellos les llamaban, inventaban razones, pero al cabo de la octava víctima ya no buscaron más… simplemente disfrutaban matando, como una diversión descarnada. Era una adicción al sufrimiento.

Pero en fin, una hora después de cada episodio ya habían vomitado o se habían aseado. Estaban en el departamento de alguno de ellos o en algún bar temático, de esos donde se juega al ajedrez o se escucha música tranquilizante. Sonreían en silencio, disfrutaban de la música, o de algún comentario de los parroquianos, se sentían tan armónicos, todo tenía su lugar, confortable, todo era paz. A veces, uno de ellos tocaba un viejo piano de cola; cuando era un niño, una amiga de su madre le había enseñado. Era bueno tocando, aunque algo sentimental.

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se vieron por casualidad

- y quien lo dice, el reserva moral de la nación - "la" reserva - matate, tinaja de roble! - débil hepático! pasaron 3 horas así

otoño

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