lunes, marzo 19, 2007

KO


Nunca voy a olvidar cuando mataron a cuchillazos al negro Oliva, en la placita de Alvear y Güemes, frente al monumento al boxeador; esa que daba al arroyo que años después desviaron, taparon y convirtieron en un parquecito lineal, con ciclovías, canteros, plantas y todo...

Quizá deba mentir, pero el ídolo no tuvo un final heróico: el hombre que había pegado y ligado palizas de doce rounds, estaba asustado, temblaba aturdido... se moría llorando, quebrado y sin fuerzas para gritar...
Los tipos que lo agarraron le abrieron un tajo de como veinte centímetros a la altura del pecho, se habían ensañado. El negro no había saldado sus deudas con la premeditada caída en el quinto round. Ahora el orgullo se ahogaba en su propia sangre.
Lo dejaron arrodillado como rezándole a la estatua, a un dios sacrificado en el ring. Lo dejaron arruinado, muriendo con la fragilidad de un hombre acobardado, con su sangre tiñendo el cesped, bajo la clara luz de la luna...


Cuando terminaron, me acerqué y vi que no tenía solución, le dije al oído que lo recordaríamos, que siempre sería un ídolo. No se si escuchó, y dejó de respirar...

Con el muerto ahí, sin saber que hacer, miré a todos lados. Desierto.
Lo dejé, sin moverlo y crucé al teléfono público. Hice una denuncia anónima y me fui.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno este fuckin blog.

se vieron por casualidad

- y quien lo dice, el reserva moral de la nación - "la" reserva - matate, tinaja de roble! - débil hepático! pasaron 3 horas así

otoño

otoño